martes, 11 de marzo de 2014
Carta pública a la señora Nadine Heredia: A quien habría que vacar es a usted
No sé si usted sabe cuánto daño le ha causado su conducta a su marido. Entérese, señora: a su marido no lo respeta nadie.
No lo respetan quienes, des¬de el empresariado, hablan de su sensatez cuando, en realidad, ellos confunden la sensatez con el sometimiento. No lo dude, señora: si el presidente de la CONFIEP tuviera alguna queja la llamaría a usted, no al ministro sectorial y fantasmagórico que con usted coordina ni al "primer ministro" holográfico y decorativo que hoy apellida -creo- Cornejo y que estará allí hasta que a usted se le ocurra. Nunca como ahora las pa¬labras "primer ministro", "gabi¬nete", "Ejecutivo" han sonado tan vacías.
No respetan a su marido, seño¬ra, los peruanos que votaron por él creyendo que, de ganar las elec¬ciones, él sería quien gobernaría el país. ¿Sabe usted que la actual popularidad del presidente llega al mísero 13 por ciento en el sur del país? Señora: su marido ganó las elecciones gracias al sur, que quería un cambio y que supuso que el cambio prometido por Humala se cumpliría apenas pisara palacio de gobierno.
¿Recuerda usted cuando acompañaba a su marido a los estudios de TV y en las pausas comerciales le exigía más claridad, más definición y más radicalismo seductor? ¿Creía usted en todo aquello o estaba constru¬yendo el fantoche que la llevaría a la cima, a la porta¬da de "Hola", a las confidencias con los principales eje¬cutivos de las grandes empresas?
Eso lo sabrá us¬ted en su fuero interno. Lo que sabe la gente es que de aquel Humala que convocaba a los pe¬ruanos a cambiar algunas cosas no queda nada. Bueno, queda lo que vemos: un hombre insegu¬ro, un presidente usurpado, una sombra, un modo del silencio.
Y no es que las promesas del Humala original anunciaran el apocalipsis. Nadie en su sano juicio quería el estatismo canceroso que ya conocíamos ni las nacionalizaciones forzadas que recordábamos como pesadillas. Nadie quería, en suma, un remedo soviético ni una sucursal cubana ni una imitación chavista en el Perú.
Lo que muchos querían -y para eso hicieron ganar a su marido, señora- es que esta republiquita plutocrática, donde sólo manda el dinero, fuese sustituida por una república de todos. Lo que querían los que se volvieron humalistas ante la posibilidad de que Keiko Fujimori accediese al poder es que los trabajadores volviesen a tener voz, que el Estado regulase de veras, que la CONFIEP no gobernase a periodicazos, que la agricultura de consumo interno fuese atendida, que algunos as¬pectos de los TLC pudiesen ser re¬negociados, que la minería fuese una gran opción pero no la única, que el Estado pudiese tener (como en Chile o Colombia) empresas que contribuyeran a una más justa fijación de algunos precios. En suma, que el "modelo fujimorista" que la CONFIEP procreó en barraganía con los periodistas que hoy se sienten portadores de la "única verdad" fuese corregido en parte, matizado en algunos aspectos, rectificado creativamente en otros.
¿Ve usted, señora? De eso se trataban los cambios que su marido juró realizar. Nada del otro mundo.
Y sin embargo, nada se ha hecho. Su marido pudo ser el mandatario que humanizara el liberalismo extremo que Fujimori impuso con un golpe de Estado. En vez de eso será recordado como un fraude, como un mentiroso, como un intermedio. Y usted, señora, que dice quererlo, ha contribuido decisivamente a la devastación política de su pareja.
Sus últimas intervenciones, señora Heredia, han rozado el golpismo y han constituido la más grosera intromisión de una persona sin cargo oficial ni responsabilidades formales en el manejo de la cosa pública.
¿Se siente usted triunfante? Desde el poder que le ha cedido su marido las cosas se pueden mi¬rar de un modo muy torcido. Sobre todo si, como es el caso, son los aduladores a sueldo quienes la estimulan a seguir su plan usurpador.
Emboscar a Villanueva empleando a Castilla -ese ujier de la CONFIEP, ese ideólogo de "El Comercio"- es algo que sus amigas incondicionales deben haber festejado entre risotadas. Pero sus amigas, señora, no son el país. La mayoría de la gente está harta de usted. Harta de su insaciabilidad, de su amor por la figuración, de la flagrante inmoralidad que consiste en construirse una imagen de perfil electoral con los ilimitados recursos públicos. Harta, en fin, de su indiscreta manera de ambicionarlo todo. Y harta de que su afán de ser lideresa subida en los helicópteros oficiales y repartiendo regalos subsidiados por quienes pagan sus impuestos sin duplicarse el sueldo haya supuesto erosionar la institución de la presidencia de la república y menoscabar, hasta el patetismo, la figura de su diluido cónyuge.
Señora: el pueblo eligió a su marido para que hiciera los cambios que prometió hacer solemnemente. El pueblo no la eligió a usted. Si el Perú fuese una telenovela de mal gusto usted sería la exitosa intrigante que llegó a la cima pisoteando de¬rechos ajenos y duplicando los propios. Pero como el Perú no es todavía, felizmente, una telenovela -aunque a veces, con su protagonismo zampón, lo parezca- el daño institucional que usted está causando puede ser un peligro para la estabilidad democrática.
Sí, señora. Aunque los sobo¬nes no se lo digan tiene usted que saber que se ha convertido en una amenaza.
Porque al pueblo que su marido engañó le importa un comino eso del "gobierno en familia", eso de "la pareja cogobernante", eso de la señora protagonista. A la herida del programa olvidado y la traición añade usted el agravio de la suplantación. Ya es mucho. Y sus ideas, por otra parte, señora, no tienen el brillo que su entorno le dice que tienen. Son tan originales como el odriísmo, como el pradismo, como el beltranismo. Usted podría ser la muy guapa bisnieta de Enrique Chirinos Soto, que pensaba como usted pero que tenía el don del lenguaje y la gracia de la buena sintaxis.
Pregúnteles usted a los cusqueños alzados si oponerse a la elevación del sueldo mínimo es algo que el pueblo deba agradecer.
Porque, señora, aclaremos este asunto de una vez por todas: su injerencismo descarado no tiene como fin rescatar a su marido del secuestro derechista del que ha sido víctima. Al contrario, cada vez que el pálido Humala puede hacer algo por quienes creyeron en él, allí está usted, embajadora de los grandes intereses, conspirando para que "todo vuelva a la normalidad" y para que la derecha la acoja como una de las suyas. ¿Cree usted que la derecha la siente como una de las suyas? Se equivoca. Para ese papel están Keiko, PPK y hasta el García reconciliado que hoy habla del gas esquisto como salida energética del futuro (sin pensar en los pavoro¬sos daños ambientales que su búsqueda ya está causando en los Estados Unidos). Alguien, señora, ha planteado, exageradamente, la vacancia presidencial. A quien habría que vacar es a usted.
(*) “Hildebrandt en sus trece” N° 191, 28 de febrero de 1014
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