Luis Enrique Alvizuri
Mayo 2022
Yo no voté por Castillo. Porque soy miraflorino, blanco y pertenezco al grupo dominante del país. Y porque, para personas como yo, solo uno de “mi clase” tiene las condiciones adecuadas para gobernar. Y gobernar significa para nosotros favorecer a los nuestros y a sus negocios. Punto. Así ha sido siempre en el Perú y así pensamos que tiene que ser. Pero, al margen de lo que yo piense y opine, fuera de mis prejuicios (que me los inculcaron desde niño sin preguntármelo) y mis creencias, pienso que la democracia es el procedimiento más justo para dirigir al Perú. ¿Principista, iluso, teórico de escritorio? No. Simplemente he leído la historia y la he vivido, desde la época de Prado pasando por Velasco, Morales Bermúdez, Belaunde, García, Fujimori, Toledo, Humala, PPK y Vizcarra. En todos los casos he notado una cosa específica: cuando no se respetaron los deseos de la gente hemos acabado en dictaduras o en algo peor (incluyendo a Sendero Luminoso).
Esto no quiere decir que, como muchos piensan, la democracia sea “la menos mala forma de gobernar”. Yo creo, por el contrario, que cada nación, cada cultura necesita desarrollar su propia manera de organizarse, la que mejor le acomode. Por ejemplo, los ingleses quieren seguir siendo una monarquía (que no está pintada en la pared como algunos suponen) al igual que Arabia Saudita, mientras que en EEUU prefieren una “dictadura compartida” de millonarios (donde solo dos partidos pueden repartirse el poder, sin dejar ingresar a nadie más), así como en China las cosas van bien con solo partido (el comunista). En pocas palabras, cualquier clase de gobierno, si es la apropiada, es buena para una sociedad. Imponerle a toda la humanidad una sola se llama imperio, colonización, sometimiento, pues lo que a unos les hace bien a otros los mata, como pasa con las medicinas.
En el caso del Perú, donde hemos probado casi todas las recetas, desde la de los conquistadores pasando por la Colonia, el caudillaje militar, las dictaduras y finalmente la democracia, llego a la conclusión que, con todos sus defectos y errores (que los resaltó Platón en su crítica) la democracia es el régimen más conveniente. ¿Por qué digo esto? Porque vivimos en un país que fue desarticulado y explotado por la invasión europea, convirtiéndolo en una simple cantera y obraje para su exclusivo beneficio. Esto duró tres siglos, donde la sociedad peruana era racista y clasista, se dividía por biotipos y niveles sociales y estaba al mando de una aristocracia (los mejores) que era la única que podía decidir, mientras que las mayorías solo recibían migajas.
Esta situación, para quienes hemos leído la Historia del Perú, generó un sinfín de levantamientos y revueltas que nunca se detuvieron, ni con la República, puesto que esta solo fue un cambio de manos, ya que pasamos de la administración española a la administración criolla. Los de abajo, los cholos, indios, negros, asiáticos, siguieron cumpliendo las mismas funciones que tenían. O sea, la independencia solo dio voz y voto a la clase media y alta del país. En ella jamás se contempló alguna igualdad ante la ley para los sometidos quienes continuaron siendo la “mano de obra barata” de los adinerados y hacendados.
Solo con la llegada de Velasco es que esta estructura injusta terminó al eliminarse la propiedad terrateniente y establecerse una educación igualitaria donde “los indios” fueron incorporados a la categoría de “ciudadanos”, algo que a la larga devino en la recuperación de su orgullo e identidad. La difusión de la alfabetización fue un factor clave para que las grandes masas ignoradas y olvidadas adquirieran el conocimiento suficiente para poder participar en las elecciones eligiendo a sus representantes. Pero este camino no ha sido fácil; la primacía de la clase alta limeña permitía que, con el manejo de los medios de comunicación, pudieran imponer a los gobernantes que más les convenía. En ello los mecanismos publicitarios fueron fundamentales para la creación de candidatos que tuvieran las aptitudes ideales para persuadir a la gente de que “iban a gobernar para ellos”.
Es así cómo llegaron al poder personajes que, apenas asumían la presidencia, dejaban de lado sus promesas para inmediatamente aplicar todas las medidas favorables a quienes los habían promovido. De ahí es que surge el refrán de “se sube con la izquierda y se gobierna con la derecha”, que refleja la estrategia de cómo engañar a los más necesitados. Y esto es lo malo de la democracia: el permitir que los más astutos puedan conducirla por donde quieren. Sin embargo, lo bueno de ella es que también da la oportunidad a que, de vez en cuando, el ganador sea alguien que es el que el pueblo desea, aunque este, que suele provenir de las entrañas de los mismos electores, no siempre sea el más idóneo.
Esto se comprobó con el caso de Fujimori, quien se entrometió en el rumbo del subalterno de la más rancia aristocracia del país: Mario Vargas Llosa. Detrás de él estaba la crema y la nata de los más ricos de nuestra sociedad quienes, desde mucho antes del proceso, se frotaban las manos por los ingentes “negocios” que iban a hacer a costa del Estado. Pero como la cosa era tan obvia la población reaccionó y optó ciegamente por aquel que, en ese momento, se identificaba con las clases inferiores quien, además, se oponía a aplicar las medidas radicales que promovía el laureado escritor. Lo cierto es que al final, ante su incapacidad para asumir la responsabilidad que le tocaba (pues Fujimori solo había postulado para el Senado), no le quedó más remedio que adoptar el plan de Vargas Llosa junto con todos los que lo promocionaban.
A partir de ahí en el Perú hemos estado “buscando un inca”, como decía el historiador Flores Galindo, alguien que sí refleje el interés del pueblo peruano y no el de su clase dominante. Es así que han pasado personajes como Toledo (escogido solo por su cara para que PPK pudiera gobernar detrás de él) y luego Humala, quien también se vendió como “la raza” para luego terminar siendo un simple peón de la CONFIEP. Pero lo que marcó un cambio total fue la elección (forzada y tramposa) de PPK, para luego descubrirse el caso Lava Jato gestado por él. Este fue el puntillazo que determinó la definitiva desconfianza del poblador en aquellos que se decían “políticos” pero que no eran más que ladrones de una mafia creada por empresarios.
Ello determinó, no solo la decepción, sino el rechazo del hombre y la mujer de a pie quienes, en el proceso electoral reciente, vieron cómo los corruptos de toda la vida pretendían perpetuarse mediante las conocidas tácticas comunicativas (prensa, publicidad, encuestadoras, redes, etc.), ante lo cual se inclinaron por quien se hallaba al final de la cola, pero que personificaba al típico peruano al cual constantemente se le han cerrado todas las puertas. Castillo terminó siendo el nuevo outsider, aquel que no estaba destinado a llegar a Palacio pero que, en vez de entregarse a los brazos de la izquierda ideologizada o de la derecha corrupta, prefirió mantenerse en el medio, razón por la cual estos dos extremos desean desesperadamente su caída. Puede que no esté preparado para gobernar, que no tenga ni el abolengo ni la inteligencia de nosotros, los miraflorinos, que no sea el que necesitan los empresarios de Lava Jato, pero él encarna la voluntad popular y, en democracia eso es lo que manda. Si lo sacamos, por las razones que sean, estaremos demostrando que la democracia, la decisión de las mayorías, nos importa un pito, señal que no hemos cambiado nada desde la llegada de Pizarro. Y que tal vez seamos peor que él, que se casó con una andina.
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