Ignacio Ramírez Cisneros
Rebelión
Es cierto que los índices de los principales mercados bursátiles del mundo tenían, hasta abril pasado, más de un año de estar creciendo sostenidamente. En los EEUU, los precios de las viviendas se lograron estabilizar, gracias a una medida de ayuda federal para aquellas familias que compran casa por primera vez. Las principales compañías cuyas acciones se intercambian públicamente en las bolsas internacionales han vuelto a generar ganancias , y nuevamente reportan billones en dividendos. Los consumidores del mayor mercado de consumo del mundo , entre tanto, han recuperado su apetito por gastar. Hasta los grandes bancos, alguna vez considerados zombies, parecen haber resucitado de su derrumbe auto-infligido –en especial gracias al juramento del presidente de la Reserva Federal de no dejar que quiebre ningún banco grande (to big to fail). Pareciera que las políticas de rescate y estímulo utilizadas por casi todos los países que sufrieron el contagio del colapso del crédito interbancario –y subsecuente congelamiento del mercado crediticio mundial—ocurrido en setiembre de 2008 en los EEUU, efectivamente lograron contrarrestar el colapso. Sin embargo, no está de más preguntarse si realmente estos hechos son señales de vida de la economía mundial, o simples repuntes efímeros de un sistema de producción que muchos consideran moribundo.
La primera causa de sospecha sobre el carácter sostenible de la ‘recuperación’ en vía, debe ser la reciente demanda judicial de la instancia federal encargada de vigilar la integridad de los mercados financieros (SEC) en los EEUU, contra el banco más lucrativo en la historia de ese país , el enemigo público número uno de los ciudadanos estadounidenses, Goldman Sachs –en realidad el enemigo público número uno de los EEUU es el sector financiero en su totalidad, empezando por la Reserva Federal (como bien entiende el 42 % de la población encuestada que dijo estar dispuesta a votar por el congresista Ron Paul, quien quiere abolir esa institución, en las elecciones presidenciales del 2012; apenas un punto porcentual por debajo del eventual caudal de voto del abogado de Harvard actualmente habitando en la Casa Blanca). Esta demanda civil –no penal, para asombro de muchos— por fraude contra el banco con más de sus canteranos en el Departamento del Tesoro, confirma lo que ya casi toda la población civil de todos los países del centro de la economía-mundo intuían: la casta financiera de sus países no hace su fortuna respetando las reglas de mercados ‘eficientes’, sino manipulando y distorsionando cuanto mecanismo ofrecen estos mercados para hacer una ganancia. Se les acusa a los jerarcas de Goldman, de crear instrumentos financieros diseñados para colapsar (collateralized debt obligations establecidos con hipotecas fraudulentas y morosas), venderlos como productos atractivos –con nota crediticia máxima AAA—a sus clientes, y comprar seguro (credit default swaps) que les compensara cuando esos instrumentos finalmente perdían su valor. Esta práctica deliberada de mercadear productos financieros defectuosos a sus clientes, y comprar opciones que los compense por el derrumbe de valor en esos productos que vendió, caracteriza fielmente las prácticas cotidianas de los bancos de Wall Street en los últimos quince años. Y hasta el momento, casi nada se ha hecho para poner fin a esta rampante criminalidad de cuello blanco.
Otro obstáculo en el camino a la recuperación de la economía mundial es la situación de la crisis por las deudas soberanas en los países de la zona euro –que gracias a las agencias de calificación del crédito, y a los especuladores (hedge funds, venture capitalists, y grandes bancos inversores), ha empeorado significativamente. De la promesa inicial de ayuda a Grecia calculada en 45.000 millones de euros, la suma para el rescate se eleva actualmente a 110.000 millones de euros. La necesidad del incremento en más de dos veces y media el monto inicial surgió en gran parte debido a la asignación –por parte de la agencia de calificación crediticia S&P— de una nota crediticia a la deuda soberana Griega equivalente al estatuto de junk –es decir, de máximo riesgo para el inversor. Seguidamente, para no perder la tracción, rebajó la calificación de la deuda soberana de Portugal y España, detonando una subida en el rendimiento exigido por los inversores para compensar el mayor riesgo en la tención de su deuda. Si el rescate a Grecia, cuya economía tan solo representa un 2,7% del total del PIB del área de la moneda común, requiere de 110.000 millones de euros, ¿Cuánto necesitarán España o Portugal en un eventual ataque financiero similar al sufrido por Grecia? ¿Tolerarán sus poblaciones ya abatidas por tasas de desempleo altas ( España 18.9 %, Portugal 10.2% ) las drásticas medidas de austeridad cuya implementación es ya inminente?
Es imposible hablar de una ‘recuperación de la senda del crecimiento’ –aunque queda para otra discusión si tal cosa es de por sí deseable para la economía-mundo— sin una recuperación del empleo. Tal como se ha visto en los EEUU, es perfectamente posible en la época de la producción flexible –hipermovilidad del capital—un sector corporativo y financiero relativamente saludable, con una economía local en descenso. Los programas de estímulo de las grandes potencias de Occidente para combatir los efectos de la crisis económica mundial han sido dirigidos unilateralmente a salvar al sector financiero de sus propios malos negocios, con el argumento de que sin un sistema crediticio sano no fluiría el crédito hacia las pequeñas y medianas empresas. Este argumento, a primera vista, parece irrefutable. Sin embargo, deja por fuera un hecho importante. Los grandes bancos no están dedicados a nutrir la economía real de créditos productivos. Su modelo de negocios está basado en la especulación, principalmente con productos financieros estructurados (sean derivados, o títulos valores relacionados con el mercado hipotecario de las distintas zonas geográficas a las que están enfocados). El ‘efecto multiplicador’ –cuántos dólares de nueva actividad productiva se generan por cada dólar de estímulo— de recapitalizar los grandes bancos es mucho menor en comparación con proyectos de inversión pública dirigidos a infraestructura, educación o asistencia social a desempleados (porque los bancos insolventes retienen el capital fresco, para mejorar su balance contable). El sector financiero en los centros de la economía-mundo sigue desacoplado de la economía real. Será imposible crear trabajos estables y de alto valor sin una reorientación de la asistencia estatal hacia la economía productiva –esto excluye, desde luego, la opción de re-inflar la burbuja inmobiliaria, que no es más que un proyecto neo-oligarca en búsqueda de maximización de las rentas de la tierra.
Otro factor sensible que impide un restablecimiento del sistema económico mundial, ha sido la imposibilidad de la administración Obama de frenar las desastrosas guerras imperiales en Oriente Medio –démosle un generosísimo beneficio de la duda al Premio Nobel de la Paz. Se estima que la hemorragia de dólares para mantener las guerras contra el terrorismo, la guerra contra Iraq, y la guerra contra Afganistán se eleva a 10,9 mil millones mensuales . Un país que consume el 25 % de los combustibles fósiles del planeta prefiere seguir exportando su divisa sintética devaluada a los exportadores de petróleo, que introducir nuevas tecnologías e infraestructuras que mitiguen esa erogación autodestructiva. El Estado Estadounidense no tenía la capacidad de pago para mantener semejante gasto antes de la ‘gran recesión’ –i.e., depresión—, y menos aún ahora en plena lucha por recuperar su pasado de prosperidad artificial –prosperidad alimentada por crédito (deuda). Será imposible salir de la crisis actual de la economía-mundo sin una reducción drástica en la ‘inversión’ improductiva armamentista. Fabricar armamento y hacer la guerra no beneficia más que a unos cuantos trabajadores muy bien pagados de las corporaciones fabricantes de armas, y los mega-ricos dueños de estas industrias de destrucción. A los países invadidos se les liquida toda la infraestructura productiva, junto con su mayor riqueza, las vidas humanas que allí habitaban.
En fin, se podrían nombrar muchas razones más para temer una intensificación de la crisis económica planetaria en vez de un retorno a la vía del crecimiento. Principalmente, estimo, por la siguiente razón. Toda la métrica que utiliza el sistema productivo actual para ponderar la salubridad de sus actividades económicas está atada a la tasa de ganancia del sector privado. Las prácticas políticas, administrativas y contables que ejecutan especialmente los grandes conglomerados oligopólicos –quienes cada vez más concentran la mayoría de las actividades económicas de las sociedades— se justifican, con un enorme umbral de tolerancia, para salvar aquella medición. Las ‘externalidades’, en cambio, no pesan en los estudios y análisis económicos, salvo en casos donde el abuso es tal que impide una competencia ‘justa’ o ‘leal’. Por ello, ni la finitud de la producción de excedentes, ni la finitud de los recursos naturales entran en las proyecciones económicas del futuro. Todo el saber económico dominante se funda en una ilusoria posibilidad de expansión continua de un sistema que olvidó que es histórico y –parcialmente— humano. Pero al obviar las limitaciones a su poder expansivo, las grandes instituciones burocráticas del sistema económico mundial pasan por encima del hecho de que ni las mega-corporaciones ni los mega-bancos por sí solos dinamizan una economía. Todo lo contrario, más bien entorpecen el nacimiento de una nueva cultura productiva basada en la riqueza concreta, y no sólo en la ganancia.
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