lunes, 15 de febrero de 2010

Multiculturalidad e Interculturalidad

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Multiculturalidad e Interculturalidad

Carlos Iván Degregori*

Quisiera comenzar con un poema de Octavio Paz, "Piedra de sol", uno de los poemas de amor más bellos que se hayan escrito en lengua castellana, que dice:

"...no soy
no hay yo
siempre somos nosotros...
muestra tu rostro al fin
para que vea mi cara verdadera
la del otro
mi cara de nosotros..."

La intención de leer este poema es aclarar la distinción entre multiculturalidad e interculturalidad, que me parece importante hacer por las consecuencias que puede tener una política como la que están desarrollando actualmente organismos internacionales vinculados a las Naciones Unidas -léase Banco Mundial o Banco Interamericano de Desarrollo-, muy ligada al modelo multicultural que se aplica en los países del norte, especialmente en los Estados Unidos, que puede ser peligroso para el caso peruano porque no sintoniza con nuestra realidad, mucho más próxima a una interculturalidad como la expresada en el poema de Octavio Paz.
Dentro de las concepciones multiculturales que se vienen desarrollando en los países del Norte, los diferentes nosotros son vistos como bloques bien definidos, con
* En: Educación y diversidad rural. Seminario Taller Julio 1998, Ministerio de Educación, Lima, 1999, pp. 63-69.2
fronteras muy precisas, y donde el ideal es que las contradicciones, roces y diferencias se solucionen vía la tolerancia y el respeto, y donde la acción afirmativa consiste en que B y C, que están más abajo que A, sean empujados o impulsados para equipararse con A y estar al mismo nivel de desarrollo económico o de poder.
Yo creo que esta política es aplicable a realidades como la norteamericana donde, por razones históricas, se han conseguido logros importantes en términos de tolerancia, reconocimiento y acción afirmativa. Sin embargo, creo que para realidades como la peruana, la aproximación intercultural es mucho más rica porque implica que A, B y C no son bloques diferenciados, ni con fronteras nítidas, y donde las relaciones de poder que existen desde hace mucho siglos -que son las que hay que cambiar- son el resultado de una interacción en la cual no puede entenderse A sino en su relación con B y con C, y donde el resultado nunca es final porque la interrelación continúa. No existimos si no es a través y por la existencia de los otros y mediante las miradas mutuas. Las soluciones, por lo tanto, no pueden ser iguales para ambas realidades.
En nuestro caso, lo ideal sería establecer miradas horizontales entre A, B y C, donde el poder sea más o menos equiparado, y tender hacia una interculturalidad sana y humanista donde se pueda vivir feliz todas las patrias.., utopía arguediana considerada arcaica por Vargas Llosa, a pesar de estar tan ligada a las discusiones actuales.
El problema es qué sucede cuando en esa interacción constante entre identidades, las relaciones de poder que las atraviesan son desiguales, cuando la interacción se da entre los más débiles y los más poderosos, cuando la mirada de esos otros es mayoritariamente negativa, de odio, de desprecio, lo que, por desgracia, es uno de los rasgos de nuestra situación nacional. Se generan entonces problemas de todo tipo que se expresan, por ejemplo, en la educación.
Ante las diferencias de poder hay diferentes salidas: una es revertir la situación y convertir estas miradas estigmatizadoras en un recurso, asumir el estigma. Es lo que ha pasado en países de América Latina, como Ecuador, Bolivia, Guatemala, México -con una diversidad étnico cultural importante- donde han surgido movimientos de identificación étnica que llevan a determinados tipos de políticas educativas interesantes como la educación bilingúe intercultural.
Pero en nuestro caso, lo que se ha dado es la estrategia del disimulo, donde los estigmatizados han tratado de ocultar aquellos rasgos por los cuales son 3
estigmatizados, donde los Andinos han disimulado algunas de las características más visibles de su identidad como la lengua o el vestido, para poder infiltrarse en un Caballo de Troya en el campo enemigo. Una vez superada la muralla, lo que quedaba era el camino de la aculturación o el rescate de una serie de elementos que se habían dejado de lado para poder traspasar la muralla. Yo creo que el resultado, hasta el momento, está por verse, pero a mi entender, se ha pagado un precio muy alto, especialmente en lo que a la lengua se refiere.
Hay mucho de aculturación y mucho de desprecio hacia los que quedaron afuera. Sin embargo, por otro lado, hay también una redefinición de las identidades, frente a las cuales ya no caben las viejas categorías.
En el caso de Bolivia, Ecuador o Guatemala, las identidades se autoafirman como Indios, Mayas o como originarios del lugar. En el caso peruano, las identidades están más combinadas y entremezcladas. Lo étnico es más una afirmación de lo cholo que de lo indio y está articulada con una afirmación de identidades regionales y de pertenencia a ciudades entretejidas con identidades racistas.
Este camino ha tenido sus ventajas y sus desventajas. La ventaja es que ha habido un cambio significativo respecto a la situación previa -mucho más estamental- donde la población de origen quechua, aymara o amazónica, estaba reducida a los escalones más bajos de la pirámide social. Sin embargo, no se ha llegado a solucionar profundos problemas de convivencia entre los peruanos.
A pesar de todos los puentes que se han tendido en esa interrelación constante, a pesar del mestizaje, hibridación o sincretismo que se ha dado, las diferencias entre identidades subsisten. Mientras éstas no se afirmen, mientras no haya un enriquecimiento mutuo, va a seguir habiendo problemas de autoestima y de convivencia entre los diferentes pueblos que conforman el Perú.
Se ha hablado aquí de dos caminos, uno más endógeno que consiste en fortalecer la composición propia y otro más exógeno que trata de reforzar las posibilidades de modernización de las poblaciones rurales. Creo que no hay una oposición polar entre las dos opciones y que justamente la clave estaría en potenciar ambas: fortalecer la composición propia y al mismo tiempo fomentar una interacción más horizontal con la llamada "sociedad urbana".
En una situación donde ha habido más de mescolanza que de intervención, la tarea es mucho más difícil que simplemente plantear políticas de afirmación o 4
discriminación positiva. Y en este punto la escuela es clave porque el maestro es una especie de mirada-puente. Si no somos sino en realidad el otro, el maestro es una especie de puente entre A, B, y C, una especie de mediador entre ambos mundos, que mira ambos mundos con posibilidades de tender puentes más llevaderos.
El maestro cumplió un papel espectacular durante las décadas del cuarenta y cincuenta, convirtiéndose en muchas partes en una especie de héroe cultural. En la actualidad está totalmente venido a menos no sólo por sus bajos sueldos, ni porque sea flojo o vago, sino justamente como resultado de esa interacción a la que me he referido. El maestro ha ido perdiendo status y cada vez más es mirado de manera devaluada, de arriba a abajo, porque el trasfondo étnico cultural y clasista del que proviene resulta cada vez más desvalorizado, lo cual influye en su autoestima y en el colapso de la profesión magisterial.
Aquí quiero tocar un aspecto que tiene que ver con la forma cómo se concibe la cultura en la escuela. Cuando el maestro y, en general, cuando el Estado hace el intento de reconocer la diversidad, cuando quiere incorporarla a su proyecto de desarrollo, se queda en el nivel folklórico. Yo creo que reducir la cultura al nivel educativo es muy empobrecedor y lo peor es que no sólo se folkloriza la cultura, sino que ni siquiera se recoge el folklore. Cuando los maestros tratan de promover nuestras expresiones folklóricas, inventan coreografías muy influidas por lo que ven en la televisión. Pero la cultura abarca mucho más que el patrimonio cultural. Como dice el informe de la UNESCO, la cultura tiene que ver con las formas de convivir, con las relaciones sociales, y en ese sentido, la base de la cultura andina son las redes de parentesco y de reciprocidad así como su relación con la naturaleza, que fueron las que hicieron que este mundo andino llegara "del ayllu al imperio". Fue a través de estas redes y de la interacción entre ellas y la naturaleza que se generó lo que conocemos como cultura andina.
Y aquí quiero referirme a mis últimas experiencias en el país, antes de viajar a Guatemala en el ‘96. Una fue mi regreso a Ayacucho después de los años de violencia, en el ‘93 y 94’. Encontré que entre los retornantes, e incluso entre los que se habían quedado, se daba un optimismo impresionante. El contraste entre una región que antes había sido pobre, por no decir miserable, y que luego había sido devastada por la guerra, y el optimismo de los retornantes era conmovedor. Uno de los elementos de ese optimismo era el deseo de urbanización: la gente que había estado en la ciudad quería llevarla a su zona rural. 5
En ese sentido, coincido plenamente en que ciudad y campo son hoy realidades cada vez más interrelacionadas, y que es muy difícil hablar de sociedad rural y, por consiguiente, de educación rural. El nuevo centro simbólico en las pequeñas aldeas ya no es la iglesia, la alcaldía, el juzgado y las tiendas de los comerciantes, sino el campo de fútbol, la bandera, las iglesias evangélicas y la escuela, que al principio eran cuatro calaminas y cinco pircas. Lo primero que reconstruían los retornantes era la escuela, incluso -en pueblos como Humaros- encima de lo que habían sido fosas comunes. Conforme pasaba el tiempo las expectativas respecto a ella iban disminuyendo debido al desencuentro entre el Ministerio de Educación, los maestros y la comunidad.
Un segundo fenómeno que destacó esa investigación no se ha mencionado: es la expansión de las redes ciudad-campo y la recomposición de la vieja comunidad centrada en su territorio, de la familia extensa más o menos articulada a un sistema de cargos. Se observaban dificultades para recomponer familias extensas y redes de reciprocidad, pero al mismo tiempo se rehabilitaban esas redes a lo largo de los nuevos ejes ciudad-campo. La educación debe responder no sólo a la demanda de escuelas que reclaman las poblaciones rurales, sino al reto de educar en un mundo que se reproduce a lo largo de los ejes ciudad-campo. La cuestión es cómo lograr que la escuela sea un nudo en esas redes. Ya no puede pensarse la escuela como antes, aunque tampoco tengo una idea clara de cómo debe hacerse.
Otra cosa que observé fue una peligrosa y ambigua ruptura generacional que dificultaba la recomposición del sistema jerárquico. Las comunidades de antes tenían todo un método de distribución de cargos que, naturalmente, pasaban de una generación a otra. En este sistema se iba ganando legitimidad y se llegaba a ser autoridad conforme se avanzaba en edad. Con la migración y la violencia, este régimen se alteró.
Si por un lado esto abría un espacio a la iniciativa de los jóvenes, éstos encontraban pocas posibilidades de desarrollar potencialidades, de mejorar su futuro económico en un mundo en el que no habían crecido. Esta situación daba lugar a enfrentamientos con las estructuras comunales, con las estructuras de poder, con los mayores, y pienso que eso plantea nuevos retos a la escuela rural porque han aparecido problemas que antes sólo se presentaban en las escuelas urbanas.
Luego de esas visitas, desarrollamos un trabajo muy pequeño en diez distritos para averiguar qué estaba pasando con los gobiernos locales. "Ciudadanía y 6
Democracia" es el título de este pequeño informe que es el resultado final de una investigación que se desarrolló en tres momentos, en nueve municipios distritales y uno provincial, que es el de Huanta.
El primer momento fue en el año 66 cuando ya había elecciones municipales pero todavía no había reforma agraria; es decir, cuando todavía había terratenientes. El segundo momento fue el año ‘80, es decir, después de la Reforma Agraria y antes de la etapa de violencia. Y el tercer momento fue el año ‘96, es decir después del Apocalipsis que vivió la región. Lo que hicimos fue entrevistar a los alcaldes y autoridades en esos tres momentos y los resultados son interesantes en el sentido que hay un desfase entre democratización social y democratización política y también entre ésta y la afirmación de identidades.
En el año ‘66 sólo pudimos entrevistar a ocho alcaldes (un distrito todavía no existía), todos mestizos, donde sólo uno era bilingüe. En el año ‘96 los diez alcaldes entrevistados son bilingües en un país donde el quechua se supone que retrocede. En segundo lugar, si en el ‘66, entre esos alcaldes todavía habían dos o tres que eran terratenientes -ahora por supuesto que no hay ninguno- el resto provenía de las élites locales, de las capitales distritales. En la actualidad, en cambio, siete de diez alcaldes provienen de anexos; es decir, son rurales y seis tienen apellidos quechua.
En países como Bolivia estas autoridades locales se autodefinirían como Aymaras o Quechuas, en Guatemala como Mayas, pero aquí ninguno se definió como Indio o Quechua. Sólo dos de ellos se definieron en términos étnicos como cholo. José Coronel, uno de los investigadores, nos contó que cuando se les hizo esta pregunta a los alcaldes algunos se enojaron, la consideraron como un insulto y prefirieron una autoidentificación en términos ocupacionales. Es más, no utilizaron el término campesino sino el de agricultor porque campesino está estigmatizado como sinónimo de pobre, de indio o de siervo.
En conclusión, existe un fuerte proceso de democratización social, pero al mismo tiempo subsisten prácticas de cientelismo político, aunque en esto también se ha avanzado. La relación entre autoridades locales y escuelas es clave y por lo tanto hay que imaginarse por dónde debe ir la colaboración alrededor de temas como afirmación de identidades, educación bilingüe, etc. Yo creo que lo que tendría que hacer la educación es fortalecer no sólo la identidad estrictamente étnico cultural, sino también las identidades regionales, que en muchos casos las reemplazan o complementan. Las identidades regionales están menos estigmatizadas que las 7
identidades étnicas y por ello habría que combinar la afirmación étnico cultural y lingüística con la afirmación de identidades regionales y el reconocimiento de las legítimas aspiraciones de ascenso social de las poblaciones, respetando aquellos caminos o rasgos de la sociedad mayor que aquellas quieran incorporar.
No sé si el tema tenga que ver con lo que estamos tratando, pero cuando entrevistamos a alcaldes, autoridades locales y a mujeres vinculadas al poder local, advertimos que existe una brecha de género muy fuerte y éste es uno de los aspectos donde menos se ha avanzado. De los diez alcaldes entrevistados, todos son varones. Recalco este aspecto porque esta brecha tiene mucho que ver con la escuela.
Existen retos importantes por delante y tal vez el más difícil sea imaginar una escuela ya no estrictamente rural sino íntimamente vinculada a las nuevas redes que se están desarrollando actualmente en el campo peruano.

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