lunes, 13 de diciembre de 2010

Una mirada joven sobre la vida y obra de Mario Vargas Llosa


Por Santiago Roncagliolo ()*

El escritor Santiago Roncagliolo, premio Alfaguara 2006, nos entrega una perspectiva generacional sobre el flamante premio Nobel de Literatura


Mi primer recuerdo de Mario Vargas Llosa se remonta a la campaña electoral de 1990, posiblemente al mitin de cierre de campaña. El momento más emotivo de su discurso, la escena que reprodujeron los noticieros de televisión, era una diatriba en que Vargas Llosa acusaba a sus enemigos de “cacasenos”. Yo me pasé toda la semana siguiente tratando de averiguar qué era un cacaseno. Nunca había visto un político con tanto vocabulario. Por cierto, tampoco había visto –ni volví a ver– un escritor con esa capacidad de convocatoria. En ese mitin había unas quince mil personas. Y en otro momento de la campaña, cuando Vargas Llosa abandonó la carrera, la ciudad amaneció empapelada con carteles que le rogaban “vuelve”.

Las elecciones de 1990, y en particular el discurso de los cacasenos, pusieron de manifiesto las dos dimensiones de Vargas Llosa: el estilista, el autor siempre en busca de la palabra precisa, y el hombre público, convencido de que es su deber defender sus ideas y participar en el debate político.

LA DOBLE VOCACIÓN
También las novelas de Vargas Llosa dan fe de esa doble vocación: “Conversación en La Catedral” o “La ciudad y los perros” no solo representan un monumental abajo de narración que juega virtuosamente con las voces, los tiempos y las perspectivas, sino además son feroces críticas al autoritarismo y descarnados retratos de los conflictos sociales del Perú. Con semejante referente, cuando yo tenía veinte años, ser escritor me parecía una misión imposible: algo que solo podían lograr superhombres capaces de escribir setecientas páginas y competir en elecciones nacionales. A ver quién se atrevía a intentarlo.

Afortunadamente, en sus entrevistas y declaraciones, Vargas Llosa siempre destacó lo contrario: el valor del trabajo y de la persistencia, no solo para las obras de los escritores, sino para que cada quien se haga dueño de su destino.

Para mí, cuando empecé a planear seriamente ser escritor, esa lección era un alivio. Ser un genio no depende de uno. El talento es algo que escapa a nuestro control. Pero uno siempre puede trabajar más. Si el trabajo era un elemento importante de una carrera literaria, para gente como yo era posible intentarlo. Ahora bien, para soñar es necesario tener sueños propios. Una de mis primeras decisiones conscientes como escritor fue precisamente no pretender ser Mario Vargas Llosa, sino tratar de ser yo mismo. Quizá era poquita cosa, pero al menos era lo que yo podía ser.

ADN LITERARIO
Cuando mis libros empezaron a publicarse y traducirse comprendí que ese trabajo no iba a ser tan fácil. El caso más claro fue el de “Abril rojo”. Hasta donde yo era capaz de ver, esa novela tenía más influencia del cine de asesinos en serie que de cualquier escritor hispano. Y sin embargo, en cuanto apareció, muchos lectores la situaron en la órbita de “Lituma en los Andes”. El protagonista de la novela, Félix Chacaltana, estaba muy inspirado en el Pereira de Antonio Tabucchi, un funcionario gris producto de una dictadura mediocre. Aun así, una vez más, muchos lectores y periodistas vieron en él un émulo de Pantaleón, el de las visitadoras. Esos comentarios se repitieron en varios países, sobre todo con las traducciones del libro. Al principio, yo lo atribuía a que Vargas Llosa es una especie de Julio Iglesias de la literatura: todo el mundo le achaca hijos que él no ha pedido. Más adelante, albergué sospechas de que esas opiniones eran certeras.

No siempre escribo de temas políticos, pero cuando lo hago, sin duda, mi manera de entender esa narrativa se formó desde mis primeras letras con Vargas Llosa. Voluntariamente o no, sus libros forman parte de mi ADN. Es lo mismo que me ocurre con mi padre. Como todo hijo, llevo toda mi vida tratando de que no me confundan con él. Pero tengo su nariz.No obstante, con el tiempo he desarrollado una teoría que me parece más sólida, aunque suene más rara: el Perú es una invención de Mario Vargas Llosa.

En Kazajistán, en Francia, en Tailandia o en Noruega me he topado con lectores de Vargas Llosa que conocen mi país por sus novelas. Para esos lectores, que se extienden por todo el planeta, el Perú es el lugar donde habitan Zavalita, la Tía Julia o Palomino Molero. La mayoría de ellos no han viajado al país, ni reciben noticias de nosotros. Sus imágenes de ese rincón del mundo han sido, casi en exclusiva, obra de un escritor. Por eso, inevitablemente, los narradores peruanos habitamos un mundo que Vargas Llosa creó. Nuestros personajes y situaciones son contrastados con los suyos, y para muchos lectores, resultan verosímiles según ese patrón. La concesión del Nobel ha intensificado ese fenómeno.

Al día siguiente del premio, periodistas de todo el mundo se pusieron en contacto conmigo para pedirme comentarios, recuerdos y análisis sobre el premio. Durante las siguientes semanas, decenas de medios de prensa publicaron artículos sobre la literatura peruana. Al menos durante los próximos años, Mario Vargas Llosa seguirá siendo la medida del Perú para buena parte del planeta. Pero sobre todo, la distinción de Vargas Llosa completa un mapa de la América Latina del siglo XX.

ESCRITOR COMPROMETIDO
Casi todos los Nobel de nuestra región han sido más que solo escritores: han salido a la esfera pública a defender sus ideas y proponer soluciones para los problemas sociales del siglo XX. Y en ese sentido, Vargas Llosa es una pieza que faltaba. Con él, el Nobel sigue premiando al escritor comprometido con su sociedad, y al defensor de ideas políticas sin las cuales es imposible entender los últimos veinte años de nuestro continente. Si como novelista Vargas Llosa ha construido el mundo en que habitan nuestros personajes ficticios, como polemista, como columnista y como ensayista, Vargas Llosa ha contribuido a delinear el mundo en que viven los latinoamericanos de carne y hueso. Y lo ha hecho, igual que en aquel discurso de los cacasenos, combinando el estilo literario con el compromiso político, las dos dimensiones que marcaron el perfil de los grandes autores del siglo XX.

[*] Escritor peruano radicado en España autor de “Abril rojo” (Premio Alfaguara 2006).

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