jueves, 25 de marzo de 2010

LA DROGA DEL ARMAMENTISMO

El entusiasmo con que los militares muestran las últimas adquisiciones de armamento habla muy mal de su amor a la patria. Sería mejor que mostraran ese mismo entusiasmo en la lucha contra la pobreza, contra el narcotráfico y contra la corrupción.

Es comprensible la necesidad de actualización tecnológica de las Fuerzas Armadas y es admisible la aprobación de un presupuesto que tome en cuenta esas necesidades, lo que se debe discutir son las prioridades del Estado cuando se trata de un país pobre que no puede asegurarle alimentación, salud y Educación a su población y ve morir a sus sectores vulnerables por el friaje y los huaicos de los Andes, por la falta de seguridad de sus ciudades más pobladas, por la ausencia de agua potable para la mitad del país, en fin, por la pobreza.

Nuestra región ha comprado 150% más armas que en el primer lustro de esta década. ¿Qué pasó? ¿Se emborrachó? No puede superar la miseria y quiere dársela de niño rico compitiendo con los gigantes del despilfarro.

Da pena ver a Hugo Chávez gastando dos mil doscientos millones de dólares en armas, a nombre de la revolución bolivariana, cuando no puede resolver los problemas de desabastecimiento en su país. Según el prestigioso Instituto Internacional de Estudios para la paz, de Estocolmo, (SIPRI), varios países de la región han gastado en los últimos dos años de dos a tres por ciento de su PBI en armas y gastos militares, que es muy alto y muy poco solidario con sus pueblos.

Bien pensado, una guerra entre países del tercer mundo, en el 2010 sólo puede ser una estupidez de un mandatario que se quedó congelado en el siglo diecinueve. Más que la guerra y el honor nacional herido, parecen ser las coimas y las comisiones las que justifican a los espíritus belicistas.

El famoso crecimiento económico ha sido una de las drogas que ha facilitado que nuestros dirigentes políticos y militares se decidan a creer el cuentazo de los traficantes de armas de que estábamos al borde de una guerra y no suficientemente preparados.

En Sudamérica, no es ético gastar cantidades estratosféricas de dólares en comprar armas que se vuelven obsoletas en pocos años y, paralelamente, luchar en serio contra la pobreza y la corrupción. La falta de transparencia en estas compras desquiciadas hace que se incremente la desconfianza entre los países de la región lo cual es la principal droga adictiva que alimenta la búsqueda de soluciones bélicas.

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