miércoles, 10 de marzo de 2010

SIN IDENTIDAD NACIONAL NO HAY PROYECTO NACIONAL


Yo no me llamo “Juan”, me llamo “Pedro”, y con este nombre latino-castellano no creo, en lo absoluto, ser deficitario en cuanto a identidad se refiere. Recuerde, mayor, que somos un país mestizo.

Claro que lo somos; sin embargo, en la cuantificación de ese mestizaje –posiblemente en tu caso particular no- el grueso poblacional resulta de mayoritaria estirpe nativa, independientemente del complejo que puedan tener o no en asumirse “blancos”. ENTONCES, CUANDO EL CHOLO CREE SER MEDIO CHOLO Y EL MEDIO CHOLO ASUME SER MEDIO BLANCO Y ÉSTE, A SU VEZ BLANCO… pues, no debe extrañar la falacia guía telefónica en la que “constatamos” que nuestros apellidos son casi en un 90% de estirpe euro-occidental, de tal manera que nos vinculamos más con el Mío Cid que con el “bárbaro” de Manko Qapáq. Por ende, en esa extensión política de aquella falacia nominativa o baustismal, nos parecerá “correcto” que en un país “de color” como el nuestro, resulte que de los 98 jefes de estado habidos desde 1532, ya sean virreyes o presidentes, el “monopolio” blanco-criollo haya sido casi total.

No deja de ser valedero su enfoque; sin embargo, debe reconocer que ya está generalizada la nominación castellano-latina, y en todo caso el “nominativo” de su familia es excepcional…

No lo niego; pero observo esta reversión del sentido común como derivado de la dependencia cultural impuesta desde el siglo XVI vía la invasión extracontinental, con sus bautizadores de “manadas sub-humanas” y sus leyes de Indias que a la postre nos han trastornado colectivamente el seso. Pues bien, una manera de sanearse es, justamente, reivindicando la memoria y, por ende, la personalidad histórica, empezando por el “nombre propio”. Mire nomás, el caso homólogo de aquel afro-peruano comentarista deportivo, Philip Buther, cuyo apellido resulta ser en verdad del amo blanco que compró a su tatarabuelo esclavo en algún muelle negrero del Callao o de Chincha… O sino a Teofilo “Cubillas” o a Lucha “Fuentes”, cuyas negrituras resienten el apellido postizo.

¿No cree que exagera en su radicalidad, puesto que después de todo ya existe un estatus quo al respecto?

Al igual que existía antes de ser insertados, por los Pizarros y Almagres, como “extremo Occidente”. En cuanto a lo de “radicalidad”, efectivamente, este acomplejamiento es también radicalmente vigente, razón por la que los nombres originarios (Coyllur, Ima Sumac, Kunturumi Kusi) “llaman la atención”, así como lo saludable en un ambiente enfermo.

Pero también entenderá que los Mamanis, Condoris y Quispes no son tan mayoritarios como Ud. Quisiera…

Craso error. Solamente en la falaz guía telefónica elaborada en función al acomplejado RENIEC o al inquisidor sacramento baustimal, somos “oficializados” como minoría.

¿Me está diciendo –al igual que el caso de los afro-descendientes- que “los Pérez no son Pérez y que los Juanes no son Juanes”?

Eso. Y es que si revisas las crónicas de la conquista, constatarás que –dentro del marco coactivo de la cruz y la espada- la “cristianización” de los infieles nativos, efectuada por millares de Ciprianis y Valverdes, implicaba el bautismo “en manada”, la censura del nombre y/o apellido nativo por los del “bautizador” hispano. Claro ejemplo se tiene en el cronista Felipe Huamán Poma de Ayala, en donde el “de Ayala” lo determinó el apelativo del invasor. De esa manera los millones de Quispes, Mamanis, etc. se metamorfosearon en Pérez y Sánchez. Además, era una manera de adaptarse al nuevo establishment etnoclasista. Toda esta fenomenología ha determinado que en la republiqueta peruana las minorías demográficas (criollas) actúen como mayorías oficiales y que, a su vez, las mayorías demográficas actúen como minorías oficiales.

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